Aun guardo en mis recuerdos,
el aroma, de la leche y
del café recién hecho,
mi tío, montado a caballo,
mi tía, en la cocina,
con el pañuelo cubriendo su pelo,
el camino de tierra,
el colectivo,
el pueblo con su bar,
que era el lugar,
donde me esperaban,
venían con el sulqui,
tirado por una yegua,
en un camino de tierra.
Al llegar, te recibían:
Los perros,
el canto de los pájaros,
las gallinas con sus pollitos
y a lo lejos,
la casa con el molino viejo.
A las cuatro, comienzan las tareas,
camino al tambo,
cruzando los alambrados
teniendo mucho cuidado,
en donde poner los pies,
no valla a suceder,
que pises algún regalo,
quedando el desagrado,
de tenerlo que limpiar.
¡En el tambo!,
las baquitas lecheras,
con todas las ubres llenas,
dispuestas para ordeñar,
sentado en un banquillo,
estimulando las ubres,
para la leche, poder sacar,
los tachos ya están llenos,
tarea terminada.
Son las nueve, de la mañana,
la mesa esta servida:
El pan con chicharrón o casero,
la manteca con el dulce de leche,
el queso con el salame,
el café con leche esperado,
todos a desayunar,
mi tío, primero en terminar,
se dispone a llevar,
la leche a la cremería,
yo, cuando podía,
me le solía colar,
subiendo al carro lechero,
en el camino sincero,
nos poníamos a charlar.
En la cremería,
nos atendía una chica,
que descargaba los tachos lecheros,
como si fueran pedasos de pan,
al mirarla no podía dejar de pensar,
¡hay! si me llegara agarrar.
A las doce, hora de almorzar,
los tallarines humean tes,
con la salsa seductora,
para untar la con pan,
por la tarde, la mateada,
bajo las sombras de los árboles,
donde mi tía,
se sentaba a practicar,
ese arte de cebar,
esos sabrosos mates,
mate viene, mate va,
la tarde se va pasando,
el ganado hay que buscar,
todos al bebedero,
las baquitas y los terneros,
el toro con su presencia,
todos en ese lugar.
¡La luna! asoma su cara,
anunciando la noche,
el canto de los grillos,
el croar de las ranas,
mugidos relinchos,
todos en el paisaje nocturno,
que la mano de DIOS,
quiso pintar.
Es la hora de cenar,
lo que sobro del almuerzo,
y si no unos mates,
son ricos igual.
¡Paz inmensa!
en el cielo cincuentas
estrellas brillando,
adornan la reunión,
se juega a las cartas,
se habla de las tareas,
hasta que el ángel del sueño,
nos acompaña,
se apaga el sol de noche,
en el silencio el cuerpo se relaja,
con la conciencia tranquila,
de haber hecho las cosas bien,
para que a las cuatro,
otra vez,
la jornada comenzar.
No he podido olvidar;
del baile en el galpón:
las mesas bien arregladas,
el escenario con la orquesta,
al fin el momento esperado,
listo para bailar,
comensaron a tocar
y yo ha obserbar,
que la cosa es por seña:
un guiño una cabeceada,
una señal con la mano,
todo el mundo bailando
y yo sin poder bailar,
pues como muchacho de ciudad,
no comprendia de esas cosas,
cansado de rebotar
y no conseguir pareja,
me arrime a una mesa,
para sacar ha bailar,
como podía imaginar,
que aseptaría,
la chica de la cremería,
no podía echarme atrás,
llevaba un jean apretado,
una remera escotada,
donde por ella asomaba,
lo que tenía que asomar,
¡unos pechos fenomenales!
que te tentaban ha tocar,
bailamos apretadito,
mi cabecita apoyando,
donde podes imaginar,
ese momento genial,
cuando giraba mi rostro,
encajaba de tal modo,
en esos pechos fenomenales.
Hay que hermosos momentos,
guardados en mi corazón,
de adolecente,
hoy como hombre presente,
lo vuelvo ha recordar.